El Monte calvo en Cuba

Escrito por: Felipe Castaño

Llegamos a Cuba con el objetivo de presentar El Monte Calvo, la primera obra del grupo, la que cuenta con más funciones hasta el día de hoy y la cual presentamos en el Teatro La Candelaria, cumpliendo así una de las metas importantes para muchos de los que nos dedicamos al oficio. Esta vez nos esperaban dos escenarios muy importantes, el primero: El Beltor Brecht, uno de los teatros más representativos del continente; y el segundo: Casa de las Américas, que ha influenciado el rumbo del pensamiento y la literatura de latinoamérica. Muchos de los referentes de nuestra cultura -poetas, ensayistas, filósofos, pensadores, escritores, dramaturgos…- han pasado por allí. El mismo Jairo Aníbal Niño, que en 1966 escribió El monte calvo, ganó uno de los premios que organiza la misma Casa de las Américas y según cuentan, fue jurado en uno de sus concursos literarios, por este motivo ir a La Casa fue algo así como ajustar un eslabón en la coherencia interna del ciclo de El monte calvo. Ahí dimos un paso fundamental en la,-hasta ahora- corta historia de Teatro Estudio. 

Esta fue la primera salida internacional del grupo, cumpliendo con un año de anticipación, una promesa que Carlos Soto me hizo cuando entré a Teatro Estudio. Una sensación particular nos quedó de la primera función y es que, de una u otra forma, este teatro de corte trágico es un poco difícil de disfrutar para los cubanos que están atravesados por una historia socialmente convulsa y actualmente viven una honda crisis económica. No sé muy bien por qué, pero en el Beltor Brecht, nos fue bastante complicado mover las luces de los lugares en que estaban y cambiarles los colores acorde a los requerimientos de la obra; de todas formas siempre nos ha tocado solucionar la puesta en escena contemos o no con “todos los juguetes”, así que esa extraña dificultad no representó algo significativo, menos a sabiendas de que estábamos en Cuba. El técnico de la obra -o sea yo-, olvidé el computador y la interfaz en el hospedaje y me tocó devolverse a la carrerita por los equipos, confirmando la ley de los olvidos siempre que salimos. Para ser sincero, esa primera función en Cuba no fue tan gratificante desde mi punto de vista, una sensación de malestar me quedó al cerrar el telón.

En Casa de las Américas fue totalmente diferente. Como presentamos en uno de los auditorios y a eso de las dos de la tarde, sólo contamos con audio; las luces corrieron por cuenta de la imaginación, y el calor, un calor caribeño bañó en sudor a los actores al finalizar la función. Abel Prieto fue a vernos. Este nombre es bastante importante en el círculo intelectual latinoamericano, pues fue ministro de cultura de Cuba por varios años y el actual director de la Casa. Apenas nos enteramos que él iría, muchos de los cubanos allí presentes se pusieron bastante efusivos y cambiaron el semblante. Nosotros, que no sabíamos del santo, hicimos nuestro trabajo con toda la normalidad posible en esas circunstancias. Allá nos fue muy bien y el público estuvo muy conectado, si bien no hubo olvido, tampoco hubo la posibilidad de montar luces, cosa que ya no dependía de nosotros. Después, hablando con Tus Tús, me dijo que había sido una de las funciones más extrañas de todas las que hemos presentado, que sin luces es muy extraño el ambiente y que casi le da un “babeado” en las últimas escenas de tanto sudar con un vestuario que realmente se vuelve un enemigo en esos climas tropicales. 

Acabamos la función y cuando nos estábamos tomando las fotos con los presentes, Abel Prieto nos pidió una con él, que se convirtieron en muchas fotos y con todos los asistentes. Al final nos compartió unas palabras referentes al cambio cultural que se empezaba a registrar en Colombia debido al nombramiento de Patricia Ariza como ministra de cultura y con quien se había reunido semanas antes. Realmente fue una de las funciones más bellas que hemos tenido, muchos colegas nos felicitaron con sinceridad (sustantivo bastante difícil de encontrar en eso de las felicitaciones) y fue una muestra de que la obra ya tiene una madurez de casi cuatro años, por lo cual apenas está creciendo y le falta mucho mundo.

 

Escrito por: Felipe Castaño Quintero, Licenciado en Filosofía y Letras e integrante de Teatro Estudio.

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