Escrito por: Felipe Castaño y Carlos Andrés Soto
Cambiamos de sede; es decir de taller, de casa, de escondite o de nido. Cambiamos y en nuestra profesión, el cambiar, es el pan de cada día, literalmente; cambiamos de vestuario y de personaje, cambiamos de voz y de apariencia, cambiamos de época y de contexto, cambiamos las palabras y, regularmente también cambiamos nosotros. El mundo se mueve y nosotros con él, nos movemos, porque es parte fundamental en nuestro oficio, porque somos actores, es decir acción y accionamos para contar historias, historias como la que empieza hoy.
Como infidencia, y hablando del cambio, casi nos toca cambiar de espalda, de tanto cargar molduras de cerámica, muebles, varillas, quemadores de hornos a gas, tubos y cuánto acero se necesite para el funcionamiento de ese símbolo de la historia local, contando rieles y “enrielador”. Muy probablemente Tus Tús, Santiago y Carlos tengan el mismo dolor de espalda que yo tengo al momento de escribir estas palabras. Por cierto, la idea de escribir este texto fue de Carlos. Había tanta cosa arrumada cuando esto era una bodega que tuvimos que celebrar el día en que enviamos el último carro cargado. Al día siguiente nos empezamos a llamar Teatro Estuco, de lijar y resanar las paredes; quedábamos empapados de muro blanco y con las manos molidas – lo peor fue el techo-.
Bueno, pero no nos adelantemos, del techo hablaremos luego, pues al fin y al cabo de eso se trata todo, de tener un techo para crear y creer.
Pues… la espalda no la cambiamos. Cómo, si en la espalda nos hemos cargado al grupo desde el comienzo, si en cuatro años de trabajo ya es la segunda vez que construimos muros, hacemos baños, lijamos, pintamos, cargamos, paliamos y nos empolvamos; es decir, literalmente somos maestros de obra, y digo “Maestros de obra” con toda la verdad que estas palabras contienen, pues, aunque tengamos cinco obras de teatro en nuestro repertorio, estamos muy lejos de ser maestros en el oficio, pero como constructores de espacios teatrales ya estamos cogiendo cancha. Otra confidencia, es el tercer lugar en el municipio que ayudamos a construir.
Para contextualizar. Este espacio que empezamos a habitar y que también empieza a habitarnos, fue, por casi diez años una bodega para guardar enseres de cerámica, oficio que nos identifica como carmelitanos al igual que el teatro, en esta bodega se guardaron piezas de cerámica, ahora se guardaran piezas teatrales; en esta bodega se guardaron moldes, ahora se guardaran personajes; en esta bodega se guardaron pigmentos, esmaltes, barbotina y cuarzo, ahora se guardaran libros, maquillaje, luces y escenografía; en esta bodega, por muchos años, se guardó la historia de una tradición, ahora escribiremos la tradición para contarla en un escenario que nos permita trascender nuestra historia.
El espacio que «dejamos» -no me gusta como suena esa palabra- nos vió nacer y presentarnos por primera vez como grupo nuevo, como Teatro Estudio. Vió surgir el Festival en el acto, el premio de dramaturgia. Incluso ahí nos consolidamos y crecimos. Tres años y medio de los cuatro que tiene el grupo están allá, todavía suenan los pasos amigos en el tiesto, todavía veo la puerta tan ajada, tan vieja… Un barranco en el fondo del camerino (que nunca revocamos) en cambio tapamos con plástico, las goteras del techo que menos mal no nos trajimos, los gatos, la incertidumbre cuando llovía por miedo a que el público no escuchara nada, las paredes rústicas pero perfectas para los Polis, la guadua, al Barquiadero y al Taller cerámica, dejamos al Mosco, al Niño Tutaina, la papeleria y la peluquería -por qué el pack si nos lo trajimos-, dejamos a las odontólogas, y al Rombito.
Pero no importa mucho, pues como dicen por ahí, todo final es un nuevo principio; ahora tenemos los ebanistas, a la tiendita, a Bolsas y bolsas, a las panaderías, los curas y al D1, y a muchos más que de seguro iremos conociendo con el tiempo y que esperamos también nos ayuden a seguir consolidando este sueño; entonces como no me gusta a lo que suena «dejamos» lo voy a cambiar por nos trasladamos, con recuerdos y todo; nos trasladamos y tenemos plena confianza de que el público, al que queremos y nos gusta consentir, también se traslade con nosotros -obvio sin dejar de visitar la Península- para que siga siendo testigo de la creación de nuestro mejor espectáculo, que, sin duda se llama Teatro Estudio.
Felipe Castaño
Carlos Soto